Opinión
El atentado a Rómulo Betancourt
Un coche bomba hirió gravemente al presidente Rómulo Betancourt en Caracas en 1960. El ataque, orquestado por opositores y la dictadura de Trujillo, buscaba desestabilizar Venezuela y acabó con una vida, dejando al mandatario severamente herido.

Por: Rafael Simón Jiménez.- El 24 de junio de 1960, casi toda Caracas tuvo oportunidad de percibir una horrible y estruendosa explosión, cuyo origen y consecuencias enseguida fueron informados por radio y televisión, dando lugar a conmoción, alarma y a la circulación de los más diversos rumores. Al paso de la caravana presidencial hacia el paseo Los Ilustres o Los Próceres, donde debían escenificarse los actos del Día del Ejército, un automóvil aparcado había hecho explosión causando graves daños al auto presidencial, cuyos pasajeros, encabezados por el propio jefe del Estado, don Rómulo Betancourt, habían sufrido horribles quemaduras que los colocaban en pronóstico reservado.
La trama del atentado, frustrado en el caso del presidente de la República y del ministro de la Defensa, general Josué López Henríquez y su esposa Dora de López, que lo acompañaban en el asiento trasero del auto incendiado, pero no así del jefe de la Casa Militar, coronel Ramón Armas Pérez, que ocupaba el asiento delantero al lado del conductor, y quien murió de forma instantánea, condujo enseguida hacia conspiradores civiles y militares de extrema derecha, viudos de la dictadura de Pérez Jiménez, y más allá de nuestras fronteras hasta la «mano larga» de la brutal tiranía dominicana que regentaba Rafael Leónidas «Chapita» Trujillo, enemigo acérrimo de Betancourt desde la década de los años cuarenta.
En efecto, desde el momento mismo del ascenso al poder de Rómulo Betancourt, a comienzos de 1959, se había desatado una ofensiva de los sectores desplazados del anterior régimen militar y sus serviles civiles, para quienes la democracia como sistema y Betancourt como jefe del Estado resultaban inaceptables y a los que había que combatir y liquidar a todo trance. En ese despropósito, los conjurados que lograron reclutar colaboradores como el capitán de Navío Eduardo Morales Luengo y el dueño de la línea de Transporte Aéreo RAMSA, comenzaron a tramar un golpe de Estado, para el cual apareció como lógica colaboradora y avitualladora la dictadura de «Chapita» Trujillo, quien tenía con Rómulo Betancourt antiguos y bien correspondidos odios, lo que lo colocaba en disposición de contribuir con todo lo que significara liquidar su gobierno y a él mismo.
El grupo de conspiradores, integrado por Juan Manuel Sanoja, quien se presenta como comisionado del tirano dominicano; Luis Cabrera Sifones, quien será el hombre que active el dispositivo electrónico que hará explotar la bomba; el capitán Morales Luengo; y Manuel Vicente Yáñez Bustamante, viajan a Santo Domingo donde son recibidos por el coronel Abbes García, jefe de la policía de Trujillo, y más tarde por el propio dictador, quienes les insinúan la necesidad de asesinar a Betancourt, como inicio de la trama para el golpe de Estado, reafirmándolo con palabras que más tarde le resultarían proféticas: «Al enemigo hay que darle duro, porque si no él le da duro a uno».
Trujillo coloca en mano de los conjurados un dispositivo que, activado electrónicamente, permite la explosión de una fuerte carga de TNT. Previamente, el desalmado lo ha probado con prisioneros políticos para demostrar su efectividad. También suministra armas de diversos calibres para las brigadas que debían crear el caos en Caracas una vez consumado el atentado y que dirigen, entre otros, el tristemente célebre sindicalista y esquirol de la dictadura, Herman Ecarra Quintana.
Se fija el 24 de junio de 1960 como el día del atentado, pues los magnicidas conocen la disposición de Betancourt de no faltar a los actos militares. En efecto, el presidente, que se encontraba indispuesto de salud, contraría la prescripción de sus médicos personales que le recomiendan no interrumpir el obligado reposo y se dispone a cumplir sus compromisos en compañía del ministro de la Defensa y el jefe de su Casa Militar. Al paso de la caravana presidencial, Yáñez Bustamante, apostado en pleno Paseo Los Próceres, levanta su sombrero en apariencia saludando el carro presidencial: es la señal para que Cabrera Sifontes, colocado en posición estratégica, oprima el botón que hace explotar el vehículo, y cuya onda incendia el automóvil donde se desplazan Betancourt y su comitiva.
La ensordecedora explosión, las llamas y el humo que envuelven el ambiente no impiden al jefe del Estado, con grandes quemaduras y aturdido, salir del automóvil en llamas y auxiliar al general López y a su esposa. La mortífera carga que ha logrado matar en el acto al coronel Armas Pérez no ha llegado con igual intensidad al plano trasero, por lo que los pasajeros, aun con graves quemaduras, logran salvar sus vidas. Betancourt es llevado para los primeros auxilios al Hospital Clínico, y en medio de graves lesiones en mano y cara exige, luego de las curas iniciales, ser llevado a Miraflores, el centro del poder, donde con dantesca figura, pero firme en el ejercicio del poder, señala en cadena de radio y televisión que está en el Palacio Presidencial porque «El puesto del timonel es el timón».
Los fracasados magnicidas huyen despavoridos al verse descubiertos; uno a uno serán capturados y confesarán toda la trama de preparación de su acción criminal, incluyendo el apoyo decisivo de la dictadura dominicana. El régimen de Trujillo será excluido del sistema interamericano al probarse sus implicaciones en el magnicidio. Meses más tarde, un grupo de demócratas dominicanos le harán un atentado mortal al que se hacía llamar el «benefactor de la patria»; el gobierno venezolano se dijo entonces colaboró con la acción liberadora del pueblo quisqueyano. «Chapita» Trujillo, sin saberlo, había expresado palabras certeras y proféticas a los conjurados antibetancuristas, al expresarle: «al enemigo hay que darle duro, porque si no él le da duro a uno».
*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano