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Opinión

La expulsión de monseñor Montes de Oca

Recordamos la vida y obra de Monseñor Salvador Montes de Oca. Fue un valiente defensor de los derechos humanos y la Iglesia Católica. Murió fusilado por los nazis en Italia. Su legado perdura como ejemplo de compromiso y fe.

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Gente de Hoy

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Monseñor Salvador Montes de Oca, ejemplo de fe y valentía.
Monseñor Salvador Montes de Oca.

Por: Rafael Simón Jiménez.- Además de haber terminado su vida como mártir al ser fusilado por los nazis en el norte de Italia en 1944, Monseñor Salvador Montes de Oca es uno de los más ilustres y valientes prelados que haya dado nuestra Santa Iglesia Católica. Nacido en Carora en octubre de 1895, desde joven destacó por sus virtudes cristianas y una temprana vocación al sacerdocio, que encaminó en el seminario Pío Latino de Roma y concluyó en Venezuela, para ser designado en 1927, recién cumplidos los 32 años de edad, como obispo de Valencia.

La fortaleza de sus convicciones lo llevó, en sucesivas oportunidades, a desafiar el rigor del régimen gomecista. En 1928, en un episodio reivindicado por el gran poeta Andrés Eloy Blanco, el obispo Montes de Oca visita a los estudiantes presos en el castillo de Puerto Cabello, expresándoles todo su afecto y solidaridad. En su diócesis, son reiteradas sus demostraciones de afecto y respaldo a perseguidos políticos, lo que pronto lo coloca en la mira de la terrible dictadura, ejercida por ese tiempo por uno de los tantos “títeres” que fungirían o fingirían de Presidente, remitiéndose a cumplir a pie juntillas las órdenes del verdadero amo del poder.

En 1929, monseñor Montes de Oca, cumpliendo fielmente sus deberes pastorales de orientación a la feligresía, hace pública la posición de la Iglesia sobre el matrimonio, lo que de hecho significaba la condena del divorcio y de las uniones de hecho, lo cual es interpretado por el gobernador del estado Carabobo y por el propio Presidente en funciones como una alusión directa a la situación de «amancebamiento» en que vivían muchos de los altos funcionarios, incluyendo el propio Juan Vicente Gómez. El mandatario, en consejo de ministros, dicta un decreto de expulsión de Monseñor Montes de Oca del territorio nacional, acusándolo de desafiar e instigar al desacato de las leyes venezolanas, que preveían la disolución del matrimonio civil mediante el divorcio.

La Jerarquía Católica y el nuncio de su santidad interceden para tratar de revocar la medida e impedir que se convierta en motivo de fricciones con el gobierno, pero el Dr. Juan Bautista Pérez se niega a revisar la decisión. Dicen que Gómez, cuando se enteró del decreto de expulsión, se remitió a señalar que «la carne de cura atraganta», pero no quiso desautorizar la orden presidencial, por lo que el obispo de Valencia sale expulsado a Trinidad y, más tarde, se traslada a Roma, donde lo recibe en audiencia el papa Pío XI.

En 1929, vuelto Gómez al ejercicio directo de la Presidencia, decide permitir el regreso del ilustre caroreño a Venezuela, quien se reintegra a su diócesis, a la que renuncia tiempo después, y toma la decisión radical de consagrarse al enclaustramiento bajo la orientación de la orden de los cartujos en el monasterio de la Farneta, en Italia, donde lo sorprende la Segunda Guerra Mundial.

En 1942, cuando Venezuela adhiere a la posición continental de respaldo a los aliados y de ruptura de relaciones con los países del Eje: Alemania, Italia y Japón, el gobierno decide facilitar el retorno de sus nacionales en esos países a fin de ponerlos a salvo de posibles represalias. Monseñor Montes de Oca es requerido por el encargado de negocios en el Vaticano, Leonardo Altuve Carrillo, para que se acoja a la repatriación, pero se niega rotundamente bajo el argumento de que por encima de su entrañable amor a la patria estaban sus compromisos religiosos.

Los alemanes en su retirada en el norte de Italia practican la política de «tierra arrasada», y frente a las acciones cada vez más organizadas y frecuentes de los denominados «partisanos», imponen represiones indiscriminadas. Le tocará a monseñor Montes de Oca ascender al altar de los mártires, cuando, bajo la acusación de esconder elementos de la resistencia armada, brigadas de las SS nazis asaltan el monasterio y proceden a fusilar a los religiosos, entre ellos al distinguido prelado caroreño, quien, como signo inevitable de su existencia y su compromiso libertario, terminaría supliciado por los fanáticos del totalitarismo.

*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano

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