Opinión
El fusilamiento de Leonardo Infante
Un episodio poco explorado de la historia venezolana y grancolombiana, el ajusticiamiento del coronel Leonardo Infante, revela la intrincada trama política y personal que condujo a la disolución de la Gran Colombia. Este suceso, marcado por la controversia judicial y la tensión entre Bolívar y Santander, dejó una huella imborrable en el destino de la región.

Por: Rafael Simón Jiménez.- La historiografía venezolana le ha pasado por encima a un suceso que, más allá de convertirse en un crimen de Estado, tuvo repercusiones impensables en la dinámica que, impulsada desde la Nueva Granada por el general y vicepresidente de la Gran Colombia, Francisco de Paula Santander, condujo a la ruptura de la Gran Colombia. El coronel Leonardo Infante había nacido en Chaguaramas, perteneciente por entonces a la provincia de Cumaná, en 1785. De origen humilde, tuvo una formación elemental y rudimentaria, que encontró vocación temprana en la carrera de las armas a favor de la independencia de Venezuela, a cuyos primeros movimientos se incorporó con solo 15 años, prestando servicios como soldado raso en los días aciagos de la Primera y Segunda República.
Dotado de un valor excepcional, acumuló una hoja militar destacando su participación en los combates del Arado, la primera batalla de Carabobo, la Puerta, Aragua de Maturín y Magueyes, El Tigre, Caicara, El Juncal, San Félix, Calabozo, Oriosa, El Sombrero, Ortiz, Cañafístola, El Rincón de los Toros, donde ayudó directamente a salvar la vida del Libertador Bolívar. Pero su consagración la tuvo en Las Queseras del Medio, cuando el propio jefe llanero José Antonio Páez lo seleccionó entre los ciento cincuenta jinetes que con intrépida hazaña pondrían en desbandada a las tropas del jefe realista Morillo, por lo que se hizo acreedor a la Orden de la Cruz de los Libertadores.
Más tarde, en una inagotable pasión guerrera y libertadora, el coronel Leonardo Infante participaría en el Paso de los Andes y en las acciones de Gámeza, el Pantano de Vargas y Boyacá, que sellaron la independencia de la Nueva Granada. Cuentan que en las dificultades del combate del Pantano de Vargas, el coronel venezolano, cuyo valor temerario desafiaba el peligro, vio cuando el general Santander, poco dotado para las artes militares, se parapetaba en medio del fragor de la batalla tras el techo de una casa, dominado por el miedo, buscando salvaguarda, y que luego ciertos comentarios imprudentes de Infante, dado al parecer a chistes y comentarios altisonantes, le indispusieron para siempre la voluntad del general cucuteño, quien por gracia y voluntad de Simón Bolívar se convertiría en el segundo hombre más poderoso de la naciente República de la Gran Colombia, lo que a la larga le costaría la vida.
Infante, convertido en una leyenda por su intrepidez y valor sin límites, fue destinado a la campaña del Sur, donde también tuvo actuación destacada, aun cuando el infortunio de un tiro de trabuco en la rodilla derecha lo dejó parcialmente imposibilitado en sus movimientos, teniendo que usar zapatos con sobremedida y un andar dificultoso, que tampoco le impidió seguir figurando en combates. Al fin y luego de más de 14 años de acciones bélicas ininterrumpidas, optó por el descanso y se estableció en el Barrio de San Victorino en Bogotá.
El político, polemista e historiador colombiano Laureano Gómez, citando a Aspurúa, lo describe por aquellos años: “Su vida en Bogotá había de ser la de un inválido, la de un militar habituado a la guerra, sin costumbres industriales, sin aptitudes para el estudio, sin modales de culta sociedad, no poseía pues, otros títulos que los de “brava lanza”, de fiel y caluroso soldado de la causa de la independencia Americana, y pensaría, cual otros militares, que la República era su patrimonio. Pero, aun así, Infante no tenía vicios degradantes, no cometía excesos que le atrajesen fundamentadamente la animadversión de una sociedad ilustrada y republicana”.
El 24 de julio de 1824, un crimen conmueve la ciudad de Bogotá: en las aguas del río San Francisco aparece el cadáver del teniente Francisco Perdomo, quien al parecer había tenido desavenencias y rencillas con Infante. No hay testigos presenciales del hecho, sin embargo, las sospechas se encaminan hacia el oficial venezolano, que es aprehendido la misma tarde del suceso. El proceso se conduce con rapidez, se buscan acumular pruebas o indicios que incriminen a Infante; ninguna es verosímil o concluyente. El Consejo de Guerra que conoció de los hechos estaba conformado por coroneles y tenientes coroneles, conforme al grado militar de Infante, todos de conocida filiación santanderista; su fallo fue a favor de la condena a muerte del procesado. El defensor del oficial de la causa solicitó la nulidad del proceso, por cuanto las leyes militares exigían que para procesar a un militar de su grado, el tribunal debía constituirse al menos con dos generales; el nuevo tribunal colegiado confirmó la sentencia de muerte y la causa se elevó a la Alta Corte Marcial en alzada.
Integraban esa máxima instancia judicial los magistrados Miguel Peña, quien la presidía, Félix Restrepo, Vicente Azuero y los coroneles Mauricio Encinosa y Antonio Obando, quienes se abocaron a conocer el expediente. El Dr. Miguel Peña era un destacado e ilustre patricio que había acompañado el proceso de la independencia desde los días iniciales, amigo de juventud de Simón Bolívar; formó parte de quienes aprehendieron al generalísimo Francisco de Miranda, al acusarlo de traidor luego de la capitulación de 1812. Dotado de un extraordinario talento y formación, había vivido todas las peripecias de la guerra emancipadora y contribuido en el campo jurídico a dar cuerpo a la nueva República; sus méritos lo habían elevado a la Presidencia de esa elevada instancia a la que tocaría revisar la sentencia de muerte emitida contra el coronel Leonardo Infante.
La revisión de la sentencia por la Alta Corte Marcial produjo un fallo contradictorio, pero que en todo caso dejaba sin efecto la sentencia de muerte pronunciada contra Infante. Vicente Azuero, quien luego será protagonista en toda la trama anti bolivariana que se materializa en el frustrado magnicidio de la noche septembrina, vota junto a Antonio Obando, de similares antecedentes, a favor de la confirmación de la pena de muerte. El Dr. Miguel Peña y el magistrado Encinoso votaron a favor de absolver al procesado por falta de pruebas. Félix Restrepo buscó un confuso equilibrio y se pronunció por la pena de diez años de presidio y degradación, lo que de hecho implicaba pronunciarse contra la sentencia a muerte.
A pesar de que resultaba claro que la propuesta de ratificar la sentencia de muerte no había contado con la mayoría de votos y, en consecuencia, había sido derrotada, procediendo la absolución del procesado, los magistrados alineados con el vicepresidente Santander, en una interpretación retorcida de lo que había sido el voto del magistrado Félix Restrepo, consideraron que se había confirmado la pena de muerte. El Dr. Miguel Peña agota todo su repertorio jurídico para oponerse a aquella ilegalidad que se desdoblaba en infamia, y tras la cual se dejaba notar la mano poderosa del encargado del Poder Ejecutivo, quien tenía viejas cuentas que cobrar a Infante.
Siendo consecuente con su postura, reforzada con abundancia de argumentos y evidencias, el Dr. Miguel Peña se niega a firmar la sentencia que confirma la pena de muerte al encausado; la mayoría de partidarios de Santander le inicia juicio ante la Cámara de Representantes, y esta lo acusa ante el Senado que se pronuncia por su destitución de su alta magistratura. Bolívar, que conocía personalmente a Infante y que había reconocido públicamente que le debía favores durante la guerra de independencia, se encontraba ocupado en el sur del continente, y al ser informado por el vicepresidente, poco hace por remediar la situación. El 26 de marzo de 1825, el coronel Leonardo Infante es llevado al cadalso en la Plaza Mayor de Bogotá; desde su despacho, el general Santander contempla el suplicio final del oficial venezolano, quien se enfrentó al pelotón de fusilamiento con el mismo valor y desparpajo con que lo había hecho a los realistas en tantos campos de batalla.
El sentenciado, antes de ser colocado frente al pelotón de fusilamiento, expresa: “Este es el pago que se me da. ¡Quién lo hubiera sabido! Dicen que Infante está aborrecido en la ciudad de Santa Fe; levante alguno la mano y diga en qué lo ofendí. Yo voy al suplicio por mis pecados y porque soy un hombre guerrero; pero no por haber matado a Perdomo. Soy el primero, mas otros seguirán después de mí”. Seguramente Bolívar lo recordaría en los afanes para salvar su vida el 28 de septiembre de 1828, cuando hombres torvos comprometidos con Santander traten de matarlo en su propia residencia.
El Dr. Miguel Peña, suspendido de su cargo luego de negarse a convalidar la infamia jurídica, se marcha a Caracas y desde allí escribe a Bolívar: “Mi muy querido General: Después de mi suspensión por la causa del coronel Infante, me vine a mi casa en Venezuela, cuando vi la carta que usted le escribió al señor Peñalver inferí que le habían dado muy malos informes de mí y no quise escribirle más. Puedo, sin embargo, asegurarle que me tengo por mucho mejor que quienes le han dado los informes. Ahora hago a usted esta, para asegurarle que soy el mismo que usted conoció el año 1813, incapaz de hacer traición al respeto que tengo por su persona, al aprecio que me merecen sus eminentes virtudes y a la gratitud que se ha hecho usted acreedor por sus inmensos sacrificios. Desde la cumbre de su gloria, disponga usted de un amigo a quien lo abatieron sus enemigos, con la seguridad de que soy su fiel amigo”.
El Libertador, que conocía desde joven al Dr. Miguel Peña, intuyó el efecto anímico que le habrían producido todos los hechos generados en torno al caso de Infante, y la eventualidad de que su regreso a Venezuela, con todo el talento y la pasión que le eran menester, se convirtiera en nuevos motivos de distanciamiento y tensiones entre Caracas y Bogotá, y con sentido premonitorio le escribió a Santander: “El Doctor Peña es un hombre vivo, de talento, audaz, y conviene mucho que usted lo mantenga al lado del gobierno, halagado con la esperanza de un alto destino y que por ningún pretexto vaya a Venezuela, para que la patria, usted y yo no tengamos algún día algo que llorar.”
Sentido de clarividencia el de Bolívar, pues a partir de 1826, el Dr. Miguel Peña aparecerá como el más lúcido cerebro de todo el movimiento que bajo la denominación de la “Cosiata” se nucleara alrededor del liderazgo de José Antonio Páez, para defender los fueros de Venezuela, y terminar separándola de la Gran Colombia en 1830. El asesinato de Leonardo Infante había tenido repercusión a futuro en el destino del gran sueño integrador grancolombiano.
*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano