Mientras el mundo llora su partida, Venezuela lo recuerda con gratitud: el Papa Francisco fue el puente que hizo posible que dos de sus hijos llegaran a los altares.
Especial.- José Gregorio Hernández, el médico de los pobres. Carmen Rendiles, la sierva obediente con brazo de metal y corazón de carne. Ambos esperaron décadas por el reconocimiento oficial de la Iglesia. Fue Francisco quien aceleró el milagro, quien puso su firma y su fe en las causas que la devoción popular ya había consagrado.
En medio de un país herido, polarizado y en crisis, el Papa regaló esperanza y orgullo. No como un gesto diplomático, sino como un acto de justicia espiritual. Porque supo ver en los rostros venezolanos la misma sed de consuelo que en los peregrinos de Roma.
Canonizar no es solo elevar. Es reconocer lo invisible: el bien callado, la bondad silenciosa, la fe que no hace ruido, pero sostiene al mundo.
Un Papa que no se olvidó de los olvidados
Francisco fue, para Venezuela, más que un líder lejano. Fue el Papa que miró al sur del sur. Que entendió que la santidad también nace en los Andes, en los barrios, en los conventos de Caracas. Que escuchó el clamor de un pueblo que ya consideraba santos a sus santos.
Su legado en Venezuela no se mide solo en documentos ni en discursos. Se mide en altares caseros, en oraciones agradecidas, en el alivio de saber que la Iglesia nos unió.
Por Daxy Oropeza | Gente de Hoy.-
@daxyoropeza
Visita nuestra tienda en Amazon: Gentedehoy_20