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Opinión

¡Qué broma, Machadito! Román me quitó del ministerio anoche

Un recorrido por la vida de Gustavo Machado, desde su origen en la oligarquía caraqueña hasta convertirse en un ícono del comunismo venezolano, desafiando dictaduras y marcando una era.

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Gente de Hoy

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Gustavo Machado, líder comunista venezolano, desafiando las convenciones de su época.
Gustavo Machado: El Comunista que Nació en Cuna de Oro

Por: Rafael Simón Jiménez.- Gustavo Machado fue la figura más descollante del comunismo venezolano. Su imponente personalidad y la leyenda que lo distinguían proyectaban un aura y carisma capaz de impresionar por igual a seguidores y desafectos. Su fama de niño mimado de la oligarquía caraqueña, que había renunciado a toda riqueza material para adscribirse desde adolescente a la causa de los más pobres, su prisión a los 14 años en la terrible ergástula de La Rotunda, sus luchas al lado de Sandino, el asalto a la isla de Curazao, la invasión por las costas de Falcón y el hecho de haber sido el primer venezolano que en abril de 1936 en el Teatro Nacional se atrevió a decir «¡Yo soy comunista!», existiendo la penada prohibición constitucional de esa doctrina, lo convertían en una especie de hombre-mito.

Nació Gustavo Machado en el seno de una familia afortunada por sus dos ramas: los Machado y los Morales, godos, dueños de casas y haciendas en el valle de Caracas, con aposento hogareño entre las caraqueñísimas esquinas de Veroes y Santa Capilla. Su venida a este mundo en 1898 coincide con un momento de grandes cambios para Venezuela, pues está herido de muerte el denominado «Liberalismo Amarillo» y pronto insurgirán los andinos como nuevo factor geográfico-político de hegemonía.

Los caraqueños, y particularmente las familias más distinguidas y acaudaladas de la capital, contemplarán con aprehensión y rechazo la aparición de este nuevo elemento humano, que bajo el mando de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez, invadían el centro del país, mal vestidos, hablando un raro lenguaje, rústicos y vulgares. Decía Gustavo Machado, quien solo tenía un año cuando la invasión andina logra hacerse con el poder, que la primera reacción de niño contra aquella nueva gente que ahora ocupaba el gobierno fue instintiva, formada en los comentarios y tertulias familiares, que además reprobaban el lenguaje, los gestos y las conductas del siempre parlanchín, belicoso y libidinoso de Cipriano Castro.

Cuando Gustavo Machado cumple los 14 años de edad, cercano el momento de «alargarse los pantalones», según la costumbre de esa época, se han producido en Venezuela nuevos y cruciales acontecimientos: el vicepresidente Gómez le ha dado un golpe palaciego a su compadre Castro, que, impelido por la necesidad de curar los males que en su debilitado organismo han causado sus cotidianos excesos, marcha a Alemania, en lo que se convertirá en un exilio sin retorno. Al principio todos, cansados de las arbitrariedades y disparates del defenestrado Presidente, aplauden al nuevo mandatario que ofrece libertad, alternabilidad y respeto, solo para ganar tiempo mientras construye y engrasa la maquinaria militar y represiva que le permitirá morir en el poder.

En 1912 ya resulta claro que Juan Vicente Gómez tiene en marcha una maniobra para quedarse en el mando. Como siempre en la historia venezolana, serán los estudiantes quienes encabecen las primeras protestas contra la incipiente maniobra continuista. Machado está allí, reclamando contra el cierre de la Universidad Central y con solo 15 años, el 14 de mayo de 1914, va a dar con sus huesos a la terrible prisión de La Rotunda, en la que anunciaba el dictador que le tenía preparado a sus adversarios “la muerte con agujita y grillos de sesenta libras”.

El imberbe Machado al entrar al macabro recinto, comienza a distinguir las figuras que deambulan por el patio central del centro de suplicios. Destaca la estampa inconfundible del general Román Delgado Chalbaud, con barba y cabellos que casi le llegan a la cintura y arrastrando con carretes de hilos los grillos más pesados. Está famélico y macilento, y su deplorable estado poco deja ver del hombre buenmozo, rico y poderoso, compadre y socio de Gómez, jefe de la Armada y la Venezolana de Navegación y esposo de la distinguida y bella Luisa Elena Gómez Velutini, caído en desgracia al ser descubierto conspirando contra el dictador, quien antes de remitirlo a la horrible prisión y como para descargar sus culpas le advirtió: “Compadre, si el sapo brinca y se ensarta, la culpa no es de la estaca”.

Gustavo Machado también distingue entre los prisioneros al general Juan Uslar, padre del futuro intelectual Arturo Uslar Pietri, y a don Casimiro Estada, comerciante y amigo de su padre. Cuando el párvulo prisionero se adapta a las rutinas carcelarias, descubre que sus compañeros de infortunio, consumidos por el ocio, el desconcierto y la desesperanza, han montado un círculo de espiritismo, donde diariamente hacen consultas al más allá sobre la suerte de Gómez. Igualmente, y para su sorpresa, descubre Machado que Román Delgado preside en la cárcel un gobierno imaginario, que cuenta con ministros y altos funcionarios que diariamente le rinden cuentas. Un día Machado al despertar se encuentra que don Casimiro Estrada, su compañero de calabozo, está triste y abatido, y con gesto y voz plañidera le confiesa: “¡Qué broma, Machadito! Caí en desgracia con Román, anoche me destituyó del Ministerio de Hacienda”.

La Rotunda sería el bautizo de fuego de Gustavo Machado, que a lo largo de su vida tendría aún que soportar numerosas cárceles, persecuciones y exilios. Quien pudo haberse dedicado a disfrutar de la riqueza y la comodidad familiar prefirió consagrarse por entero, y en cuerpo y alma, a ser fiel a sus ideales hasta el día de su muerte.

 

En la prisión de La Rotunda, compartió celda con figuras como Román Delgado Chalbaud .

En la prisión de La Rotunda, compartió celda con figuras como Román Delgado Chalbaud .

*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano

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