A veces no necesitas un terapeuta. Necesitas una canción. No lo digo a la ligera. Lo digo porque una tarde cualquiera —de esas donde todo parece venirse abajo sin hacer mucho ruido— sentí que algo dentro de mí estaba por quebrarse. Otra vez. Y justo en ese momento, entre el ruido del mundo y el silencio de mis pensamientos, abrí los estados de Instagram, como quien busca un salvavidas en una piscina vacía… y me encontré con él.
Un post, de un reconocido cirujano plástico.
-No, no era una historia sobre narices nuevas ni cuerpos esculturales. Era una lista. Sencilla. Casi infantil:
Cómo sentirte mejor instantáneamente
- ¿Estás enojado? → Canta
- ¿Te sientes presionado? → Camina
- ¿Sobrepensando? → Escribe
- ¿Ansioso? → Respira
- ¿Estresado? → Haz ejercicio
- ¿Triste? → Agradece
- ¿Sin energía? → Toma un baño frío
Para aplicación diaria.
Lo publicó Sebastián Giuliano, un médico acostumbrado a transformar cuerpos. Pero esa tarde, sin saberlo, transformó algo en mí.
La sublevación de lo obvio
Me detuve. Volví a leer.
– Cantar. Caminar. Escribir. Respirar. Ejercitarse. Agradecer. Bañarse con agua fría.
Era tan simple que dolía. Es que en ocasiones lo olvidamos.
Llevo décadas trabajando con palabras, con historias humanas, con noticias que duelen más de lo que informan. He entrevistado a madres que buscan a sus hijos desaparecidos, a médicos que operan sin anestesia, a niños que prefieren dormir en la escuela porque es más seguro que su casa. Y en todo ese recorrido, aprendí a cargar el mundo… pero olvidé cómo bajarlo por un rato.
Ese post, esa lista de auxilio emocional, me recordó algo, que la cotidianidad a veces nos hace ignorar: que también necesitamos respirar.
La receta más breve del mundo
Esa misma tarde, hice lo que decía la lista. No toda, solo un poquito.
Estaba molesta. No sabía con quién exactamente. Tal vez con la vida, con mis propias expectativas, con el cansancio crónico de querer hacerlo todo bien. Entonces canté. Desafinada. Fuerte. Como si le gritara al universo. Me sentí risible. Luego, liberada.
Después salí a caminar. No tenía destino. Solo piernas y una urgencia de mover el alma. Pensé. Lloré. Respiré. Y cuando volví, escribí este artículo. No para ustedes primero. Para mí. Para no olvidar.
No todo se soluciona, pero sí se sostiene
No quiero romantizar el sufrimiento ni darles una fórmula mágica. Esto no es autoayuda. Es autoverdad.
Lo que descubrí es que no necesitamos grandes gestos para empezar a estar mejor. A veces, lo pequeño es lo más valiente. Porque salir de una espiral de ansiedad no siempre requiere una gran conversación. A veces solo necesitas una caminata de diez minutos sin notificaciones. O abrir la ducha fría como si fuera un interruptor que resetea tu cuerpo. O escribir lo que no te atreves a decir. Y lo más importante: agradecer, incluso cuando duela. Porque decir “gracias” en medio del caos no es resignación, es resistencia.
Lo aprendí de un bisturí emocional
No sé si el Dr. Giuliano sabe que ese post que lanzó al mundo —como quien lanza una piedrita al mar— terminó tocando la orilla de alguien que lo necesitaba. Pero hoy quiero agradecerle públicamente. Porque su lista no curó nada, pero sostuvo mucho. Y a veces, sostener es más urgente que sanar.
¿Y tú, qué haces cuando no puedes más?
Quizás deberíamos empezar a preguntarnos eso más seguido. ¿Qué haces cuando te sientes roto por dentro, pero tienes que seguir funcionando? ¿Qué haces cuando nadie se da cuenta, pero tú ya no puedes con tu propio cuerpo emocional?
Tal vez no lo sepas todavía. Pero quizás, solo quizás, la respuesta esté más cerca de lo que piensas.
En una canción.
En una caminata.
En una palabra escrita.
En una ducha fría.
En ti.
«A veces, lo que más necesitas no es una solución, sino un respiro.»
Por Daxy Oropeza | Gente de Hoy.-
@daxyoropeza
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