HISTORIA / El legado poético de Ángela: entre la montaña y el corazón del campo

Por: Edicta Gómez Merchán.– Alejada de la contaminación y del ruido producido en el pueblito más cercano, escuchando apenas el campanario de la iglesia; en la cima de la montaña, vive una mujer, de contextura fibrosa, propia del trabajo en las faenas agrícolas; aparentemente con unos 63 años de vida, y que para algunos agricultores de la zona, la consideran como un ser ignorante, campesina y sin estudios, sin que los vecinos le hubiesen conocido un compañero, quizá por una decepción amorosa o porque no le fue atractiva a la figura masculina; vive sola pero no en soledad.

Al pasar la resolana, llegan los rayos crepusculares, momento muy especial y propicio, para ella sentarse en una usada mecedora de mimbre, enciende la radio, para escuchar el programa «Canciones del ayer», animada por una voz dulce, amigable e inconfundible del locutor, que la tiene enganchada, todas las tardes, cuyas melodías le traen a la memoria, recuerdos de su vida anterior. Ya, el horizonte se presenta con las distintas tonalidades anaranjadas, que le dicen que llegó el atardecer y con él, el croar de esos animalitos que resuenan en el silencio de la noche.

Un frondoso árbol de mango, es el causante de una disputa con el vecino, cuyos frutos han dado del otro lado y éste es el maestro del caserío, por lo que los niños que van a recibir sus lecciones, se dedican a tumbarlos, lanzándole piedras, situación que tiene molesta a la dueña, dirigiéndose ésta, con tono amigable y amistoso, personalidad desconocida totalmente para el educador, a fin de hacer de su conocimiento la situación irregular, por lo que el reclamo, lejos de haberse convertido en un distanciamiento, se conformó en una amistad más llevadera, comprometiéndose el vecino, muy paciente a orientar a sus alumnos, en su mejor comportamiento y respeto que debían guardar, hacia los miembros de la comunidad.

Algunos de los habitantes del lugar la tienen como loca, prostituta y bruja, entre otros calificativos denigrantes, muy propios de la falta de cultura y del sentido de respeto, y consideración hacia sus semejantes. Mientras tanto ella vive de la siembra y la cosecha de cebolla, además cría para su consumo pollos y gallinas, ajos y café, que por cierto consume como una endemoniada, al tiempo que acompaña con cigarrillos que a veces enciende uno con otro.

Cada cierto tiempo, generalmente cada quince días, escogiendo los sábados, por ser en este día, cuando comúnmente, se hacen las compras de productos alimenticios más frescos, baja a llevar los logrados de su cosecha.

Con la lluvia caída el viernes, logró conseguir almacenar un tobo de agua, que colocó a las afueras, y así permitir que el calor generado por el Sol, que esa mañana era más intenso, la tibiara, aprovechándola para bañarse, con un pedacito de jabón azul, que a la vez usaba para el cabello y enfrentarse al frío y la humedad, propia de la temperatura en el relieve montañoso. Se acicala con la más presentable indumentaria, se mira al espejo rectangular, que por el tiempo presenta unas manchas negras, sonríe, se enrolla el pelo en un moño, el pintalabios hace de colorete, dándole un tono tenue a su rostro y en los pies unos zapatos, que, para poder usarlos, era lo mismo que cuando tratas de meter un botón grande en un ojal pequeño, por lo que tuvo que cortarle unos centímetros adelante, por donde pudiera sacar los dedos.

Emprende la travesía, no sin antes encomendarse a Dios, a fin de hacer un trueque con el bodeguero y así proveerse de aceite, sal, carne, azúcar, fósforos para encender el fogón y complacerse su vicio, sardinas o pescado seco o fresco, que será colocado en el techo de su vivienda, bajo los efectos del Sol y la Luna, que a los días lo consumirá de forma directa.

El camino al pueblo, con su colorido de flores silvestres, le presentan un andar bonito; lo hace contando los pasos que va dando a prisa, sin embargo, cuando llega cerca de las tres cifras, para de contar hasta llegar al sitio esperado, pasó por el frente de una iglesia, la puerta estaba cerrada y como no pudo entrar, se presignó. En una de las esquinas a cruzar, se acerca una ambulancia a toda velocidad, con los estruendos ruidos de la sirena, la alertaron y de momento pensó que, de no haber estado pendiente, hubiese sido acompañante de quién era trasladado por alguna emergencia.

Cumplida con la necesidad, por la cual se había acercado al comercio, por lo que ya se decide a regresar y alcanzar el camino de tierra, va con lentos y pausados pasos, bien por el peso de lo adquirido o por el cansancio de haber llegado hasta allí. Mira al cielo y observa unas nubes negras, que presagian lluvia, entonces aligera el caminar.

A los días con el cabello lacio y recogido en una cola, sin asomo de haber sido visitado por un peine en días, falda de tela de flores ya desteñida y sus alpargatas, se presenta donde el autodidacta maestro y le muestra unas hojas de papel, que con el tiempo se tornaron amarillas, escritas a lápiz, a pedirle el favor y le corrigiera en esos escritos, los errores de ortografía, alegando que ya se está poniendo vieja y quisiera ordenarlos.

A medida que el vecino instruido avanza en la lectura, una mezcla de asombro y desconcierto se apodera de su estado emocional. Con cada frase, cada palabra cuidadosamente elegida, siente cómo sus facciones reflejan el impacto que estas líneas tienen en él. Sorprendido por el don innato de la autora, le transmite su admiración, expresando que nunca antes había encontrado escritos con tal profundidad y, al mismo tiempo, una simplicidad tan cautivadora.

Esta combinación de emociones y mensajes profundos invita a una reflexión profunda, a desconectar y sumergirse en las diversas facetas y matices del amor que las poesías transmiten. Sin embargo, ella misma se sorprende ante este elogio, sintiendo una oleada de emociones que brillan en sus ojos, aceleran su pulso y amplían su sonrisa. Regresa al albergue, su santuario, donde se sumerge en la naturaleza y da rienda suelta a su innata capacidad para escribir, transformando los desafíos y las bellezas del campo en versos que alimentan su alma y la invitan a escribir poemas.

El legado poético de Ángela