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Códigos de amor

El niño de las botas negras

Periodista Daxy Oropeza

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El niño de las botas negras

Por: Daxy Oropeza. – Desde un plomizo rincón de la ciudad, donde las luces parpadean débilmente y los días transcurren entre sombras de abandono, salieron de su humilde hogar, una madre y su hijo en busca de un poco de bondad. Luego de caminar varias cuadras, en un kiosco les regalaron unas hallacas. Al llegar al lobby de un centro comercial, observaron una tienda de conveniencias y decidieron acercarse. Con su aspecto desgastado, cruzan el umbral, la mujer envuelta en ropas viejas, desaliñada y portando un perfume de penurias, a su lado, un niño de no más de nueve años, con prendas desgastadas y cholas rotas que apenas velaban sus pies.

A pesar de esta condición, la vendedora de la tienda, una mujer de alma generosa, los recibió con la misma dignidad que brindaba a cualquier cliente. Con una sonrisa cálida, se acercó y pronunció palabras que resonaron como un bálsamo de humanidad: «Señora, buenos días. Bienvenida. ¿En qué puedo ayudarles?».

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La sorpresa se dibujó en el rostro de la mujer, acostumbrada quizás a un trato más indiferente. Con temor y gratitud entrelazados en su voz, explicó que no venía a comprar, sino a pedir ayuda. La situación era crítica; le contó que les regalaron unas hallacas que aliviaron su hambre pero que su hijo no poseía zapatos, le dijo que si tenía unos zapatos viejos se lo sabría agradecer, la necesidad de calzado urgía.

La vendedora, a pesar de percibir el olor penetrante que emanaba de aquellos seres desfavorecidos, respondió con compasión. «No tengo zapatos de niño varón, ni de la edad de su hijo», dijo con sinceridad. Sin embargo, el compromiso con la humanidad guio sus pasos por la tienda en busca de algo que pudiera aliviar el desamparo de aquel niño.

Fue entonces cuando, entre estantes olvidados, descubrió unas botas plásticas negras, talla 35. Aunque habían pasado desapercibidas por muchos, aquel calzado aguardaba su momento para brillar. La vendedora, con un gesto generoso, le ofreció las botas al niño, le dijo: «Mídete estas botas, a ver si te quedan. Si le sirven, con gusto se las regalo».

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La alegría que se encendió en los ojos del pequeño fue como una ráfaga de luz en aquel lugar. Se sentó en el suelo, ansioso por probarse las botas. Sin embargo, la vendedora, atenta a los detalles, notó que el pequeño carecía de medias. «Espera, espera», -exclamó- y sacó unas medias blancas nuevas para regalárselas.

El niño, envuelto en la emoción de aquel momento, se calzó las botas con agitación; no podía creerlo, estaba tan contento y emocionado al colocárselas que, de manera divertida, casi pierde el equilibrio. Ansiaba ponérselas de inmediato y no se sostenía. Ante esto, la vendedora le aconsejó: «Siéntate tranquilo, póntelas con calma, no te preocupes».

Aunque le quedaran un poco grandes, el brillo en sus ojos era tan contagioso que incluso la vendedora soltó una risa de alegría. La madre, agradecida, dejó caer una lágrima. La vendedora, con cálidas palabras, les deseó unas felices fiestas y les recordó que Dios no abandona a sus hijos.

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El niño salió de la tienda dando saltos, con pasos llenos de esperanza, mientras la vendedora, en la soledad de su establecimiento, reflexionaba sobre el encuentro. La señora le confesó que padecía una enfermedad renal y que, por seis largos meses, había sido incapaz de trabajar. Sin embargo, mantenía la esperanza de ser atendida en el hospital y recuperar la oportunidad de un futuro mejor para su hijo.

Años después, en un giro inesperado del destino, el centro comercial que albergaba la tienda y otros comercios se vio envuelto en llamas. La alarma sonó, y la multitud corrió hacia la salida, pero la vendedora, sumida en sus labores, tardó en darse cuenta del peligro. Cuando decidió abandonar el lugar, una viga cedió ante el calor, desatando el caos.

En medio del humo y el pánico, la vendedora cayó al suelo desmayada. El fuego abrazaba el edificio, y todos huían, olvidándola en su desesperación. Sin embargo, una amiga recordó su ausencia y alertó a los bomberos, quienes ya se encontraban en el lugar.

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Dos jóvenes bomberos, envueltos en trajes resistentes al fuego, se adentraron valientemente en el edificio en llamas. La mujer yacía inconsciente, pero ellos, sin titubear, apartaron la viga que obstruía su salida, uno de ellos la tomó en sus brazos, salieron del recinto, llevándola a salvo fuera del alcance del fuego.

En ese terrible acontecimiento no hubo víctimas fatales, la vendedora logró sobrevivir. Días después, durante un acto de agradecimiento a los bomberos, la dependiente fue invitada como una de las personas rescatadas. Emocionada y agradecida, subió al escenario y compartió su experiencia. Los bomberos, héroes anónimos en la cotidianidad, recibieron el reconocimiento merecido.

Durante el homenaje, mientras agradecía a los bomberos, la vendedora notó algo que la dejó sin aliento. Dentro del camión de bomberos, colgaban unas botas negras de plástico talla 35, cuando la vendedora vio de nuevo el rostro del joven bombero, recordó la luz en los ojos del niño a quien años atrás le regaló las botas.

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Este episodio, aunque marcado por el fuego y la incertidumbre, resalta la inquebrantable conexión entre los hilos invisibles de la generosidad y la gracia. La vendedora, inconsciente del legado que sembró, descubre que el acto de bondad hacia aquel niño, cuyos ojos brillaban con la luz de la esperanza, reverbera a través del tiempo en el corazón de un valiente bombero.

La historia del niño de las botas negras no solo es un relato de necesidades cubiertas y vidas salvadas, sino un recordatorio de cómo un pequeño gesto puede soltar una cadena de eventos que trasciende el tiempo y transforma vidas de maneras inimaginable. La magia persiste en esos momentos donde la humanidad se cruza con la adversidad, y la luz del bien resplandece incluso en medio de las sombras más densas.

El niño de las botas negras salió de aquella tienda, vestido de héroe, un bombero que le salvó la vida a cientos de personas, fue condecorado, tuvo una vida digna y salió adelante con su familia, una pisada firme y la alegría de la esperanza en el futuro. Un gesto amable, un saludo o una mirada gentil puede hacer la diferencia, la magia destella para quienes están dispuestos a ver.

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@daxyoropeza

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