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GRANDES REPORTAJES

Francisco de Miranda: el hombre que desafió la guillotina

Francisco de Miranda, precursor de la independencia y figura universal, participó en la Revolución Francesa, la guerra norteamericana y las primeras acciones libertarias de América Latina, consolidándose como un visionario y luchador incansable por la libertad.

Gente de Hoy

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Francisco de Miranda: precursor de la independencia y figura clave de la Revolución Francesa y americana.
Miranda revolucionario venezolano

Por: Rafael Simón Jiménez.-  Francisco de Miranda es, sin duda, el venezolano más universal, amén del precursor de la independencia y la integración de la América Hispana. Su participación en los tres procesos de transformación más relevantes de su tiempo: la Revolución Francesa, la guerra de emancipación norteamericana y las primeras acciones a favor de la libertad del continente americano, lo proyectan en toda su dimensión como un hombre superior, un visionario y un luchador incansable a favor de los ideales libertarios.

Hijo de un comerciante canario, despreciado por los mantuanos caraqueños, el joven Miranda, apuntalado por la posición económica paterna, parte a España en 1771, dando inicio a un proceso de formación teórica y militar, a partir del cual iniciará un periplo que lo lleva siempre bajo el signo de la irreverencia y la aventura a conocer casi toda Europa y a cultivar un sin número de privilegiadas relaciones, que incluían a emperadores, magistrados, intelectuales, jefes militares y cortesanos, nutriéndose de un caudal inagotable de ideas y conocimientos que pronto lo transformarán en un personaje ilustrado, cuya conversación es apreciada por todos sus distinguidos contertulios.

Miranda reniega tempranamente del imperio español y, empapado de las ideas liberales que comienzan a cambiar al mundo, se traza el objetivo de emancipar a las colonias americanas, propósito que va moldeando y dando consistencia hasta transformarlo en un auténtico proyecto de unidad e integración que abarca desde el sur del río Grande hasta el Cabo de Hornos, con un gobierno propio que diseña en detalle y para el cual trata de ganar a todos los imperios que compiten con España en el concierto europeo, desde Inglaterra hasta la remota Rusia, donde con experticia y pasión desgrana su propósito libertario y ofrece a los eventuales aliados las ventajas del libre comercio con una extensa región sometida al monopolio por la metrópoli.

Miranda persevera y a veces desespera cuando el interés de sus interlocutores se diluye en las cambiantes alianzas que impone el débil equilibrio político y militar europeo. El precursor es especialmente constante en su empeño de ganar a Inglaterra, como potencia colonial rival, para el apoyo logístico, operacional y financiero de sus planes. Una y otra vez toca las puertas de primeros ministros, parlamentarios y políticos influyentes, exponiéndoles sus eventuales ganancias; en los cambios de actitud en los centros de poder y decisión de Inglaterra mueve piezas, escribe cartas y proclamas, busca promotores; ningún esfuerzo le es ajeno en su decisión de materializar su sueño libertador.

En Londres se encuentra Francisco de Miranda cuando llegan las noticias sobre las convulsiones y cambios que sacuden a la monarquía francesa, y que darán paso a la expresión de la soberanía popular a través de una Asamblea Nacional, que proclama la universalidad de los derechos del hombre y del ciudadano, y que promulga una constitución donde se plasman los ideales de igualdad, libertad y fraternidad. Miranda siente que aquellos ideales guardan empatía con sus proyectos y se traslada a Francia en busca de apoyo. Se encuentra en París el 23 de marzo de 1792, donde se relaciona con altos funcionarios del nuevo gobierno y se empapa de los clubes revolucionarios donde se alinean y confrontan girondinos y jacobinos, mientras la situación internacional se deteriora pues Austria y Prusia reclaman la restauración monárquica y amenazan con invadir el territorio francés.

La situación se hace desesperada para la joven y cada vez más republicana y radicalizada revolución, que llama al pueblo a las armas para rechazar la agresión externa. Miranda es invitado a formar filas en el ejército francés y condiciona su aporte y sus servicios al apoyo a la causa de la independencia americana, para lo cual obtiene promesas firmes. Se incorpora con el rango de general a las operaciones del ejército del norte, comprometido por la ofensiva de austriacos y prusianos. El militar venezolano logra victorias en medio de una situación desesperada, triunfa en Briquinai y el 20 de septiembre de 1792 comanda una gran unidad que se impone al enemigo en Valmy, desbandando las filas invasoras y aliviando la angustiosa presión; más tarde logra tomar Amberes. Todo parece sonreírle y sus dotes y habilidades de mando son destacadas por superiores y subalternos.

Sin embargo, la situación internacional sigue siendo adversa a la nueva realidad política de Francia. Inglaterra, España, los estados italianos y Rusia se adhieren a la guerra que han iniciado prusianos y austriacos; la nueva correlación de fuerzas presiona sobre las fronteras de Francia. Miranda tiene que levantar el sitio de Maastricht y más tarde es derrotado en Neerviden; la desmoralización, el pánico y las deserciones corroen el ejército de la naciente república. El jefe del ejército del norte y superior del general venezolano, Dumouriez, se pasa al enemigo; la Convención reunida en París llama a Miranda para que dé cuenta de sus responsabilidades militares.

En la capital francesa, la lucha entre los grupos moderados y radicales es encarnizada; se constituyen los comités para combatir la contrarrevolución y el comité de Salud Pública, antecedentes de la dictadura jacobina y del funcionamiento infatigable de la guillotina, que terminará liquidando a tirios y troyanos. En medio de ese terrorífico ambiente, Francisco de Miranda, quien ha manifestado su decisión de comparecer y defenderse ante la convención, es apresado y sometido a juicio. El caraqueño se defiende con argumentos contundentes ante sus acusadores; su escrito concluye con una frase conmovedora: “Un republicano de verdad no teme a la muerte, pero no puede sufrir la sospecha de delito”. El fiscal Fouquier-Tinville lo acusa de traición, de negligencia militar, de coaligarse con el desertor Dumouriez para perjudicar a Francia; la sombra de la guillotina se pasea por el calabozo de Miranda en la Conserjería.

A favor de Miranda testifican personajes de crédito. El pintor inglés Stone defiende su sincero republicanismo, el poeta norteamericano Joel Barlow, el ideólogo Thomas Paine y el filósofo Condorcet abundan en razones a favor del acusado. El 16 de mayo de 1793 concluye la instrucción del proceso y el jurado, carente de pruebas que incriminen al acusado, opta por declararlo inocente y ponerlo en libertad. Miranda es aclamado y sacado en hombros del tribunal; su conclusión es lapidaria: ¡El fallo del tribunal revolucionario ha sido una digna réplica a los calumniadores, se ha impuesto la justicia revolucionaria!

Sin embargo, no terminarán aquí las incidencias que llevarán al general Miranda a burlar por segunda vez la mortífera guillotina, que ahora, bajo la dictadura implacable de Robespierre, a diario tasajea cabezas. De nuevo el militar venezolano es inculpado como conspirador y aliado de los girondinos, quienes se han visto desplazados en la contienda con sus implacables adversarios, y es detenido el 9 de junio de 1793 siendo conducido al penal de La Force, donde por diecinueve meses su vida pende de un hilo. Sin embargo, consciente de su inocencia, no se amedrenta, sino que, por el contrario, se dirige en numerosas oportunidades a la convención pidiendo ser oído, invoca su sentencia absolutoria y ratifica sus argumentos ante el tribunal revolucionario y el comité de Salud Pública. Es la época del Terror, donde una revolución que ha proclamado por vez primera los derechos del hombre y del ciudadano se consume cotidianamente en purgas sanguinarias.

Miranda asume el riesgo de una sentencia expedita y arbitraria que ponga fin a su vida con sangre fría y tranquilidad de conciencia. Sus compañeros de presidio guardan por él, por su erudición, convicciones y perseverancia, admiración y respeto. Al fin, el 27 de junio de 1794 se pone fin a la dictadura de Robespierre, que probará en carne propia los efectos de la máquina de monsieur Guillotin; el cambio de situación favorece a los numerosos prisioneros adversarios del terror jacobino. El general americano reactiva sus gestiones para exigir su libertad; solo el 17 de enero de 1795 la convención ordena su excarcelación. En la calle exigirá del nuevo gobierno el pago de compensaciones por sus sueldos dejados de percibir y los daños ocasionados por su larga estadía en la cárcel, lo que le es satisfecho parcialmente.

Miranda, cuya máxima reivindicación vendrá años más tarde cuando su nombre figure junto a los grandes jefes militares franceses en el emblemático Arco del Triunfo de París, demostrará convicción, perseverancia y fortaleza para enfrentar el infortunio de la prisión y la inminencia de la guillotina; también una dosis de suerte acudió en ayuda del ilustre americano. Virtudes y contingencias, que terminarán en adversidades cuando, el 30 de junio de 1812, luego de la derrota militar y la capitulación firmada por el precursor de la independencia venezolana y americana frente al jefe español Domingo Monteverde, un grupo de exaltados mantuanos, encabezados por el joven coronel Simón Bolívar, lo acusen de traición, lo detengan y entreguen al jefe realista, iniciando el camino a la penitenciaría del Arsenal de La Carraca, en Cádiz, donde moriría el 14 de julio de 1816.

*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano

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