GRANDES REPORTAJES
José María Vargas: El presidente que pidió que no votaran por él
José María Vargas, un destacado científico, se convirtió en el segundo presidente constitucional de Venezuela sin desear el cargo. Su historia refleja la lucha entre civilismo y caudillismo en el país.
Por: Rafael Simón Jiménez.- Caso único e insólito, en toda nuestra historia republicana, el eminente científico José María Vargas, el segundo presidente constitucional de Venezuela, ocupó la primera magistratura no solo sin demostrar el mayor interés por ese elevado cargo, sino porque, convencido como estaba de que el manejo de la jefatura del estado, en aquellos difíciles y tormentosos tiempos posteriores a nuestra guerra de independencia y a la ruptura de la Gran Colombia, requería trayectoria, experiencia y condiciones que escapaban a las virtudes civiles, científicas y académicas que lo adornaban, imploró en varias oportunidades a los electores y más tarde a los senadores y diputados del Congreso Nacional que, por favor, no le otorgaran su voto para elevarlo a la Presidencia de la República.
Vargas, a pesar de su temprana vocación por las ciencias, había participado activamente en toda la gestación del movimiento independentista, formando parte de los grupos más activos a favor de la emancipación venezolana. En 1812, al caer la primera República al capitular el generalísimo Francisco de Miranda ante Domingo Monteverde, el médico guaireño es detenido y, al ser liberado, decide marcharse a Europa, donde se sometió a un excelente proceso de formación profesional, fijando más tarde su residencia en Puerto Rico, de donde regresa a Venezuela en 1825, precedido de una fama y un prestigio científico que pronto lo convierte en una figura y referencia para la Venezuela donde el proceso de separación de la Gran Colombia tomaba cuerpo. El sabio Vargas es designado como rector de la Universidad de Caracas, que pasa a denominarse Central de Venezuela.
El Dr. Vargas es escogido para presidir la Sociedad de Amigos del País, élite selecta en torno a la cual van a prefigurarse los primeros proyectos y planes para el progreso de Venezuela. Su personalidad aparece como centro de atracción de los sectores económicos, profesionales e intelectuales, deseosos de que la naciente República pudiera zafarse del control y la tutela de los caudillos militares, que, encabezados por José Antonio Páez, se consideraban los únicos con méritos y autoridad para dirigir a Venezuela. El fin del período de Páez y la no reelección consagrada en la Constitución de 1830 abren un debate político y electoral en torno a quién debe sustituir al fundador de la República. La casta militar compite con tres distinguidos generales: Santiago Mariño, Bartolomé Salón y el preferido del presidente saliente, Carlos Soublette, mientras que dos civiles asoman sus nombres: Diego Bautista Urbaneja y José María Vargas.
Los jefes militares defienden la validez de sus glorias guerreras para fundamentar sus aspiraciones, pero el país, cansado de las contiendas y deseoso de encontrar un camino de paz y progreso, parece inclinarse por la opción civil y sobre todo por la personalidad que sobresale por sus lauros científicos y académicos: la del Dr. Vargas. Este, presionado por los apoyos, acepta la nominación. Cuando se da cuenta de que puede contar con los apoyos mayoritarios para convertirse en jefe de estado, decide iniciar una campaña pública para disuadir a los electores del sistema excluyente, discriminatorio y censitario de entonces de que no deben sufragar por él, y así, el 8 de agosto de 1834, dirige una proclama pública a los miembros del cuerpo electoral solicitándoles renunciar al apoyo a su candidatura.
El candidato civil se desespera ante los numerosos respaldos que recibe y no halla cómo eludir su responsabilidad. A su hermano Miguel le confiesa: “…no tengo más que hablar y empeñar a las personas que me son más íntimas para que hagan cuanto esté de su parte para salvarme de un horroroso comprometimiento…”. Habiendo obtenido, pese a su resistencia, la mayoría de los votos en los colegios electorales, de nuevo Vargas, angustiado frente a la responsabilidad que se le venía encima, se dirige ahora a los miembros del Congreso: senadores y diputados, que debían perfeccionar la elección, presentándoles la renuncia de sus aspiraciones, petición que resulta rechazada y, por tanto, el 6 de febrero de 1835 es designado como jefe de estado y el 9 de ese mismo mes entra en funciones.
A pesar del respaldo político y electoral obtenido, los temores del nuevo presidente no carecían de razones y fundamentos, pues el sector militar derrotado, que incluía a Mariño y a Páez, los dos jefes militares más poderosos de Venezuela, de inmediato comenzó a reagruparse y a conspirar contra la estabilidad y gobernabilidad del nuevo mandatario, dándose insólitas alianzas entre el sector bolivariano representado por Diego Ibarra, Justo Briceño y José Laurencio Silva, junto a tradicionales enemigos del libertador que incluían al general Santiago Mariño y al frustrado magnicida de la noche septembrina, Pedro Carujo.
El 7 de julio de 1835 estalla la llamada “Revolución de las Reformas” que se constituirá en el primer golpe de estado contra un presidente constitucional, y donde el presidente Vargas, a pesar de su reticencia en ocupar la primera magistratura, se encara con los militares alzados y hace valer su dignidad y coraje civil. El mandatario es derrocado y expulsado junto con el vicepresidente Narvarte, y más tarde restituido en el poder, cuando Páez, actuando como supremo árbitro de la República, se decide por la continuidad constitucional.
El sabio Vargas vuelve a la Presidencia de la República, pero ahora está más convencido que nunca de la fragilidad de su gobierno y de la inutilidad de su gestión, por lo que en abril de 1936 presenta su renuncia irrevocable a la más alta posición del país. Pasará a nuestra historia no solo como el primer mandatario civil, sino además como el único presidente que rogó a sus seguidores que no lo respaldaran y, además, como el hombre que supo defender la dignidad y los fueros civiles frente al atropello y el barbarismo de los caudillos militares.
*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano
