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Opinión

El pacto de Nueva York

El encuentro entre Betancourt, Caldera y Villalba en 1957 marcó el inicio del consenso que permitió el retorno de la democracia a Venezuela.

Gente de Hoy

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Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Jóvito Villalba en Nueva York, diciembre de 1957, durante el encuentro que marcó el renacer democrático.

Por: Rafael Simón Jiménez.- La descomposición y el colapso de la dictadura perezjimenista estuvo precedida, tanto en el interior de Venezuela como en la numerosa colonia de exiliados políticos residenciados en el exterior, de una frenética actividad de las direcciones políticas de los partidos, por tratar de zanjar diferencias, viejas rivalidades y animadversiones y poder compactar en un solo frente a todas las organizaciones que se oponían a la continuidad de la dictadura militar.

La tarea no resultaba nada fácil. La dinámica cumplida en el trienio 1945-1948 había generado grandes divisiones, odios y resentimientos frente a una pretensión hegemónica, sectaria y excluyente que el partido Acción Democrática había marcado luego de hacerse con el poder mediante el golpe castrense del 18 de octubre de 1945. Jóvito Villalba y Rafael Caldera, fundadores y líderes fundamentales de URD y COPEI, habían hecho intransigente oposición al gobierno de la Junta Revolucionaria y más tarde al efímero ensayo democrático presidido por Rómulo Gallegos. Ambos habían sido víctimas de insultos, saboteos a sus actos y, en el caso de Villalba, sometido a prisión acusado de conspirador y golpista. El otro actor relevante, el general en jefe y expresidente Eleazar López Contreras, había sido encarcelado, despojado de su patrimonio y enviado al destierro, por lo que las heridas no eran fáciles de cicatrizar.

Sin embargo, el despotismo impuesto por la tiranía militar había allanado parte del camino. A Jóvito Villalba se le había burlado el triunfo en las elecciones del 30 de noviembre de 1952, que su partido había ganado abrumadoramente. Luego, mediante una celada montada en el Ministerio del Interior, se le detuvo y condenó al destierro. Rafael Caldera, el único líder político de importancia que permanecía en el país, era permanentemente espiado y hostilizado, y ante la inminencia de que pudiera convertirse en abanderado presidencial de todas las fuerzas opuestas a la dictadura en los comicios que deberían realizarse a finales de 1957, fue sometido a prisión en los calabozos de la Seguridad Nacional. En cuanto al general López Contreras, a pesar de sus fundados motivos de resentimiento frente a Betancourt y los adecos, era también manifiesta su antipatía y disidencia frente a Pérez Jiménez y su entorno.

Rómulo Betancourt, consciente de la necesidad de alinear en un solo frente a todas las fuerzas e individualidades opuestas a la tiranía, comenzó a realizar labores de acercamiento con los jefes de los partidos. Ignacio Luis Arcaya facilita, en su apartamento de Nueva York, una reunión con Villalba, a la que este había sido especialmente reticente y donde se aborda la necesidad de construir una plataforma unitaria, no solo para liquidar a la dictadura, sino para asegurar la estabilidad de la futura democracia. Amigos comunes logran igualmente remover las aprehensiones del general López Contreras, para lograr una reunión con el líder de AD, que debe realizarse fuera de la residencia del expresidente, porque su esposa, María Teresa, no olvida la humillación y el vejamen que le ocasionaron funcionarios del gobierno adeco al someterla a una requisa infamante cuando acompañaba a su marido a marcharse al exilio.

En el caso de Caldera, su prisión es ordenada por Pérez Jiménez, quien, decidido a burlar su propia constitución evadiendo el mandato que obligaba a realizar elecciones universales, directas y secretas para escoger a su sucesor, se decide por imponer un plebiscito, fórmula grotesca destinada a garantizar su continuidad en el poder. El líder copeyano es recluido en las instalaciones de la Seguridad Nacional, y solo es dejado en libertad luego de que se cumple, con resultados predeterminados, la farsa plebiscitaria.

Convencido de la precariedad de la dictadura, luego del alzamiento militar del 1.º de enero de 1958 y del peligro que corría su integridad física en los estertores del régimen, el Dr. Rafael Caldera toma la decisión de asilarse en la Nunciatura Apostólica, donde el 19 de diciembre se le confiere el plácet para viajar a Nueva York. En el aeropuerto de la metrópoli estadounidense lo esperan Betancourt y Villalba, quienes, junto a Ignacio Luis Arcaya, almorzaron en el Athletic Club, hablando por primera vez cara a cara de la necesidad de construir unos acuerdos que garantizaran la estabilidad y fortaleza de la democracia, cuyo rescate lucía inminente ante el desmoronamiento del régimen. El 23 de enero, al conocerse la huida del dictador y la instalación de una junta militar que ofrecía libertades y elecciones, de nuevo, esta vez en el apartamento que ocupaba Jóvito Villalba en Queens, se reunieron los tres líderes políticos para brindar por la buena nueva y hacer votos por el futuro democrático de Venezuela, en lo que fue conocido como el pacto de Nueva York, aun cuando poco se avanzó en los contenidos concretos de un futuro entendimiento.

El pacto de Nueva York crearía el ambiente, las condiciones y el contexto para que, de vuelta a la patria, los tres líderes políticos, actuando en representación de sus colectividades, firmaran el 31 de octubre de 1958 el denominado Pacto de Punto Fijo, que, a pesar de bautizar arbitrariamente toda la etapa de la república civil, solo duró dos años y 16 días, al tomar la decisión URD, el partido de Jóvito Villalba, de retirarse de la coalición que respaldaba al presidente Rómulo Betancourt.

*Por: Rafael Simón Jiménez 

@rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano

 

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