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GRANDES REPORTAJES

Que va, compadre, hasta allá si no llega mi federación

En la historia de Venezuela, Antonio Guzmán Blanco se erige como una figura controvertida y fascinante. Su ascenso al poder, marcado por la guerra y la política, revela un carácter personalista y autoritario que influyó significativamente en la dirección del país durante el siglo XIX.

Gente de Hoy

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Antonio Guzmán Blanco, un caudillo de controversias y legados.
Una mirada a la vida y legado de Antonio Guzmán Blanco, un gobernante cuyo impacto se siente hasta la fecha en la política venezolana.

Por: Rafael Simón Jiménez.- Antonio Guzmán Blanco ha quedado reflejado en nuestra historia patria como uno de los gobernantes más personalistas, megalómanos y engreídos de todos quienes han ocupado la primera posición de la República. De cultura superior y de abolengo político y social, era hijo de Antonio Leocadio Guzmán, quien se había formado en Europa en los tiempos de la guerra de independencia y luego regresó para ser sucesivamente secretario de Simón Bolívar y de José Antonio Páez, habiendo casado con Carlota Blanco, prima cercana del Libertador.

Su hijo Antonio Guzmán Blanco fue, en principio, hombre de libros y letras, consagrándose como aventajado estudiante universitario que logra diplomarse en leyes en la Universidad de Caracas. Sus modales finos, su estilo sofisticado y sus formas elegantes parecían alejarlo de los vivacques y brutalidades de la guerra; sin embargo, sobrevenidas circunstancias determinadas por el conflictivo entorno en que se movía su padre terminarán convirtiéndolo en un extraordinario caudillo político y militar que marcará la segunda mitad de la antepasada centuria.

La guerra federal, o guerra larga, despiadada contienda intestina que diezmó por cinco años a Venezuela, será el bautismo de fuego para Antonio Guzmán Blanco, que en los afanes de los campamentos militares y en los saltos de mata de batallas y correrías bélicas irá adquiriendo contornos de enérgico jefe militar, que, luego del Tratado de Coche, que transfiere el poder a los liberales, ocupará la segunda posición de la República y ejercerá casi todas las carteras ministeriales en el gobierno del mariscal Falcón.

Sin embargo, la hora de su encumbramiento definitivo en el poder aún tendrá que esperar, pues la incompetencia administrativa y el desastre económico que genera la gestión federal permiten que el octogenario general José Tadeo Monagas regrese agónico al poder, solo para morir días después de ver los frutos de su denominada “revolución azul”. Ahora sí se despeja el camino al estrellato de Guzmán hijo, quien logra convocar y liderar a un grupo de valientes jefes militares entre los que destacan León Colina, José Ignacio Pulido, Joaquín Crespo, Matías Salazar y Francisco Linares Alcántara, con los cuales entra triunfante a Caracas en abril de 1870.

Matías Salazar destacaba entre los hombres cercanos al nuevo jefe del poder, por su audacia, su coraje y sus nexos personales. El general Cojedeño había nacido en la población del Pao en 1828, y era un hombre rudo, llano, de formación elemental, pese a haberse desempeñado como maestro, lo que contrastaba no solo con la cultura, hábitos y refinamiento del jefe liberal ahora en el poder, sino con toda la élite que comenzó a rodear a los nuevos dueños de Venezuela.

En abril de 1871, cuando se celebra con boato y fanfarria el primer año de la victoria liberal, el general Matías Salazar, confianzudo y campechano, en medio del baile de gala convocado dentro de las festividades, se atreve a invitar como pareja a la primera dama de la República, la distinguida Ana Teresa Ibarra Urbaneja, por quien el Presidente no solo sentía un amor sin límites, sino a la que celaba y cuidaba afanosamente. Cuando Matías invita a su comadre a echar un pie, frente a la mirada adusta de Guzmán, quien se interpone y negando de plano esa posibilidad, le dice: “… que va, compadre, hasta allá si no llega mi federación.”, lo que deja perplejo al atrevido Salazar.

Este desplante de Antonio Guzmán Blanco será factor decisivo en el malestar y la disidencia que ya se incubaba en la voluntad del impetuoso militar, quien pronto protagonizará dos intentos de alzamiento contra su otrora respetado jefe y compadre. En las dos oportunidades, la suerte no lo acompañará, pero indultado y perdonado en la primera, la reincidencia lo conducirá al pelotón de fusilamiento, pese a la prohibición de la pena de muerte que establecía la vigente constitución de 1864. Contra toda legalidad, a Salazar se le suplicia el 17 de mayo de 1872, constituyéndose en uno de los grandes crímenes políticos de nuestra historia, de allí que se reporte la famosa frase atribuida a Guzmán al conocerse la ejecución de la sentencia: ¡Ese muerto es mío!

*Por: Rafael Simón Jiménez @rafaelsimonjimenezm. Intelectual, historiador y político venezolano

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