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Opinión

La orina en la antigua Roma pagaba impuestos “El dinero no huele”

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La orina en la antigua Roma pagaba impuestos “El dinero no huele”

Edicta Gómez Merchán.- Los emperadores Nerón y Vespasiano en el siglo I impusieron este impuesto a la orina, “Pecunia non olet” o “vectigal urinae”, que se traduce del latín, tomando en cuenta tan cantidad en su uso. Son muchas las tradiciones que identifican a los antiguos romanos, pero ciertamente tenían una perspectiva diferente sobre la orina, los usos y su utilidad, de allí que fue como un agente de limpieza, para lavar su ropa, cepillarse los dientes y broncearse el cuerpo. Se consideraba un bien valioso, por contener una gran variedad de minerales y sustancias químicas importantes, como amoníaco, fósforo y potasio. Los romanos creían que la orina volvía sus dientes más blancos y evitaba que se pudrieran, por lo que la usaron como enjuague bucal, lo mezclaban con piedra pómez para hacer pasta de dientes, muy populares hasta el siglo XVIII. En las lavanderías colocaban macetas de arcilla en la entrada para recolectar orina, allí la gente podía hacer sus necesidades. Este impuesto gravaba la recolección de orina en los urinarios públicos y pozos negros y el comprador del elemento pagaba el impuesto, aunque el mismo finalmente se eliminó, se volvió a promulgar alrededor del año 70 d. C con la llegada del emperador Vespasiano, quien encontró el Imperio Romano con las arcas vacías y el tesoro público inexistente, ya que acababa de salir de una guerra civil que casi provocó el colapso.

Vespasiano, famoso por su amor al dinero y a su afán tributario desmesurado (sacó al imperio romano de la deuda, dejando un excedente en el tesoro para el siguiente emperador), comenzando con la tarea de reparar y restaurar el imperio. Empezó a cobrar una serie de impuestos para recaudar fondos, uno de los cuales fue uno por la recolección de orina de urinarios públicos en el sistema Cloaca Máxima (gran alcantarillado) de Roma.

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Origen de la expresión, “ECUNIA NON OLET”, “EL DINERO NO HUELE”
Poco después que se impusiera este impuesto a la orina, los romanos empezaron a llamar a los baños locales “vespasianos”. El impuesto a la orina era considerado una mala política desagradable por el hijo de Vespasiano y futuro emperador, Tito. Entre ellos estaban también los que trabajaban con cuero. La orina era la sustancia perfecta para suavizar y curtir pieles de animales, pues el alto pH del amoníaco descompone el material orgánico. Remojar la piel de los animales en la orina facilitaba además, eliminar el vello y los trozos de carne de la piel.
El historiador romano Suetonio cuenta que Vespasiano colocó una moneda de oro bajo las narices de Tito y le preguntó si olía a algo, el menor dijo -¡No! – a lo que su padre respondió – Atqui ex lotio est (y eso que viene de la orina) – dejando para el futuro el llamado Axioma de Vespasiano, Pecunia non olet (el dinero no apesta), para referirse a que el dinero es válido sin importar su procedencia. Los primeros baños públicos de la historia incluso fueron introducidos por Vespasiano en el año 74 d. C. Por ello, el nombre del emperador aún se asocia con los baños públicos en algunos países de Europa, vespasiani en Italia, vespasiennes en Francia y vespasiene en Rumanía. Por cierto, el autor William Dietrich cuenta en su novela “La Corona de Espinas”, que las tropas napoleónicas también recolectaban la orina para lavar los uniformes de las soldadas, pues aparentemente era muy buena para quitar manchas de sangre. En algún lugar del mundo la práctica de los fullones continúa. El significado de este acto, por supuesto, era mostrar que el dinero no está contaminado, independientemente de sus orígenes. Ésta es probablemente la frase más famosa jamás pronunciada por Vespasiano, y todavía hoy en día se utiliza comúnmente para restar importancia a las fuentes de ganancias financieras cuestionables, o directamente ilegales.
ENTRE OTRAS COSTUMBRES DE LOS ROMANOS

BEBER LA SANGRE DE LOS GLADIADORES, que habían sido asesinados. Creían que así recibían su fuerza. Hay algunos escritos romanos que explican que después de las peleas de gladiadores, recogían la sangre de los combatientes caídos y luego la vendían como medicamento; así también, las células muertas de piel del gladiador era un tratamiento de belleza, quienes a la vez eran grandes amantes del exceso y la opulencia.

PROVOCARSE EL VÓMITO Tanto era así que en las grandes fiestas, era costumbre hacerlo, para liberar el estómago y poder seguir comiendo.
JABÓN, nunca era utilizado, aunque los romanos se bañaban todos los días, sino que frotaban su cuerpo con aceites esenciales, y luego los retiraban con unos cepillos especiales o se limpiaban con una esponja comunitaria tras ir al baño.
CABELLO TEÑIDO, ya en la Antigua Roma las mujeres lo hacían como signo de elegancia y sofisticación. Mesalina, tercera esposa del emperador Claudio, puso de moda las pelucas de colores.
VENENO, A partir del Siglo I a. C los emperadores de la Antigua Roma comenzaron una costumbre muy sorprendente, como era consumir una cantidad mínima de una pócima existente, con el objetivo de volverse inmune a él. Esta mezcla recibía el nombre de “midtridatum” en homenaje a Mitrídates el Grande.
UNICEJA, ésta no forma parte de los cánones de belleza en la actualidad, pero, en la Antigua Roma era muy valorada, sobre todo en las mujeres. Este rasgo era considerado una señal de sabiduría e inteligencia. Muchas mujeres recurrían a diferentes trucos para aumentar la densidad de sus cejas, como el uso de cejas elaboradas con lana de cabra.
Más allá de los orinales y si era bueno o no para los dientes o lavar la ropa, es lo que tenían a mano para usar; por lo que se piensa que los romanos INVIRTIERON A FUTURO.

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En cuanto a la orina, En las lavanderías o fullónicas del Imperio romano recolectaban orina y la dejaban en reposo hasta que se descomponía. Los fullones «danzaban» sobre las togas, apoyándose en los muros que separaban una estación de lavado de otra. La úrea almacenada eventualmente se convierte en amoníaco. Y ese amoníaco era uno de los detergentes con los que se lavaban las vestimentas de la nobleza. Cuenta el filósofo y escritor romano Séneca que tras remojar las togas de lana blanca, los trabajadores o fullones saltaban o bailaban sobre ellas, y utilizaban creta fullónica (tierra de batán), orina y azufre, para eliminar la grasa y realzar los colores. Después las volvían a enjuagar para quitarles el olor de los fragantes detergentes. El trabajo era desagradable y malo para la salud.
Poco después, dos empleados de la fullónica y los fullones, recogían la vasija con su pesada carga y lo llevaban a un patio trasero donde existía media docena más de iguales recipientes. Había que dejar “reposar” la orina hasta que el proceso de descomposición la convirtiera en amoniaco (NH3), una sustancia conocida por su olor astringente que aún se utiliza en gran cantidad de fármacos y productos de limpieza. Después de unos días, el líquido resultante se mezclaba con agua para lavar tanto los ropajes de algunos nobles como prendas nuevas recién fullónicas llegadas de la fábrica, pues la lana recién cardada requería un proceso de lavado para quitarle ciertas impurezas.
El trabajo de lavado se hacía a mano, o mejor dicho a pie, pues los fullones utilizaban sus extremidades inferiores para agitar o revolver las prendas dentro de unas tinajas, algo que el filósofo Séneca describió como el saltus fullonicus, y que recuerda el ritual de aplastado de las uvas para hacer vino. Posteriormente las prendas recibían un buen enjuague para eliminar cualquier mal olor y eran colgadas en un lugar abierto para que les diera el aire. A veces se colocaba una cesta con sulfuro por debajo para que los gases ayudaran a blanquear la ropa. Como puede suceder, las fullonicas eran responsables del cuidado de las togas y, si alguna era dañada durante el proceso de lavado, debían pagar una compensación. Aun así, las fullonicas eran un buen negocio.

¿Cómo vivían los romanos?
Los más ricos vivían en la planta baja, en pisos amplios y bien decorados; a medida que se subía por la escalera, el hacinamiento aumentaba y menguaban las comodidades. Los esclavos urbanos carecían de espacio propio; dormían en los pasillos, directamente en el suelo. La vida diaria en una ciudad romana dependía completamente del estatus económico de cada cual. La ciudad, sin embargo, permaneció como una mezcla de riqueza y pobreza que con frecuencia co-existían lado a lado. Los adinerados tenían el beneficio del trabajo esclavo, sea calentando el agua de los baños, sirviendo sus cenas o educando a sus hijos. Los pobres, por el contrario, no tenían acceso a la educación, vivían en complejos de apartamentos deteriorados y algunas veces dependían de la caridad de la ciudad. Los historiadores todavía discuten acerca de la caída del imperio – ¿fue la religión o el influjo de los bárbaros? Sin embargo, existen algunos que apuntan a la pobreza de la ciudad – la miseria, el aumento del desempleo y el incremento de la enfermedad y el crimen – como factores que contribuyeron con la eventual caída de este imperio occidental.

Comentarios:
Félix Casanova

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